lunes, 24 de enero de 2011

Inocence

Mientras ella se revolvia en la aterciopelada alfombra de la habitación, una sombra acechaba desde la oscuridad. Era la sombra de su inocencia, perdida tiempo atrás entre acordes de guitarra y vasos vacios.
La heroína cubría su mente como un impenetrable velo que le impedía pensar con claridad, observó su brazo, sus oscuros tatuajes bailaban en una danza macabra formando las más horribles visiones. Algo cayó al suelo y el sonido de cristales rotos y de líquido derramándose se impuso a la fuerte melodía de los altavoces.
Se acercó al vaso,  tratándolo como un puzzle, intentó volverla a unir, sin éxito, haciéndo a sus delicadas manos profundos cortes que nunca la perdonarían. Sus brazos, insensibles ante el dolor, atrajeron hacia sus labios una de las muchas botellas que había sobre la pequeña mesa. Su garganta notó el ardor del alcohol pero ningún sabor.
Se hacercó a su escritorio a rastras, consiguiendo que las vertebras tatuadas en su espalda se retorcieran como si de una culebra se tratasen. Puso sus manos sobre la mesa y recurriendo al resto de sus fuerzas, se levantó hasta sentarse en la vieja silla de madera. Escogió el primer papel que encontró, un antiguo cuaderno adornado por manchas de té que sobre él recayeron junto al paso de los años. Agarró con su mano ensangrentada una pluma sin darse cuenta de que no tenía tinta y comenzó a escribir con su propia sangre, guiada por su antigua inocencia:
''La Cenicienta era una preciosa joven que vivía con su madrastra  y sus dos hermanastras...''
Alguien llamó a la puerta. Ella se levantó, su expresión reflejaba una alegría liberada. Con renovadas fuerzas cogió su guitarra y salió a escenario.
Miles de personas gritaron su nombre...

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