miércoles, 15 de diciembre de 2010

La Vida y La Luna

El parque estaba vacio... vacio.
Los últimos rayos de sol habían desaparecido yo hace rato y el cielo era tan solo un pañuelo negro que lo cubria todo.
El banco estaba frío, muy frío y pensar en pasar otra noche allí me helaba los huesos. La soledad flotaba en el ambiente como los granos de polen de la primavera... la primavera que ya había pasado mucho tiempo atrás y que no sabría si volvería a ver a su regreso.
Los árboles empezaron a ser iluminados por una pálida luz, volviéndolos tétricos pero reconocibles. Verdaderamente me sentía como en casa.
Esa luz hacía que las cosas volvieran a la vida después de haber muerto.
Entonces vi a la causante de aquel bello fenómeno. Suspálidos ojos se fijaron en los míos como nunca lo habían hecho, era un rostro conocido y desconocido a la vez, era la cara oculta de la luna.
Según la noche fue pasando mi compañera llegó a su auge, bañándome enteramente con su luz celestial. El cansancio me atrapó en su aúriga y me intentó llavar lejos de ella gritando a su veloz caballo para que acelerara el paso.
Entonces ella bajó de entre los árboles y sus labios se encontraron con los míos.
Pero fue el cansancio el que rió el últino y yo fui privado de las dos únicas concesiones que el mundo me había dado:
La vida... y la Luna.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Por tu compañía, Noche

Y otra vez más, la oscuridad me turba. Su silencio se me hace insoportable. Aun aquí, tumbado cómodamente, puedo observar, al abrir los ojos, el techo de la cárcel que retiene mis sentimientos.

La noche va entrando cuidadosamente, casi con cariño por la ventana.
Se me acerca, mirándome, dudosa de hacer lo correcto. Suspira mi nombre y suena como el grito de un millar de murciélagos en una oscura y profunda cueva.
Ella abre su boca, veo a través de esta el universo, toda una eternidad de horrores y maravillas. Entonces la veo acercarse, caer sobre mí engulléndome en un manto de miedo, dolor, deseo, placer...

sábado, 6 de noviembre de 2010

El Soldadito de Plomo

El soldadito de plomo seguía de pie en su eterna y cansada postura.
Estaba pensando, pensando y quejándose en su silencio.
¿Por qué todos jugaban con él como si fuera un muñeco de plastilina, unas veces humillándole, otras haciéndole luchar en guerras sin causa y sin ninguna meta, sólo finalizadas por el grito de guerra de una progenitora humana? ¿Por qué nadie le tomaba en serio?
Pero siguió en silencio, sin queja alguna.

Una nueva bailarina llegó a la caja de juguetes.
El soldadito, nada más verla, quedó embelesado. No era capaz de ver nada más que su alocada danza, sus marrones ojos salvajes....
Ella era un error de fábrica, única, preciosa, especial. Sus piernas no bailaban al son de la música simplona con la que las demás bailarinas ensayaban en su propio silencio. La nueva tenía música propia, una música nunca escuchada anteriormente por las pequeñas orejas del soldadito.
Era una música melancólica, recordatorio de las tragedias pasadas, pero, al mismo tiempo, una música con potencia suficiente para derribar las más pesadas montañas, de tal suavidad y complejidad podría haber sido admirada por los compositores romanticistas y barrocos de haber sido compuesta unos siglos atrás.
Las rígidas extremidades del soldadito llevadas por la música, intentaron moverse, girar, gritar...
Lo único que pudieron hacer fue echarse a llorar por su incapacidad de seguir el glorioso ritmo de la canción. Ácidas lágrimas negras cayeron por su brillante cara, dejándola manchada de sombras y oscuridad.
La bailarina continuó su danza, sin pausa, invitando al soldadito a unirse a su baile sin fin, conocedora de su incapacidad.

Su cara reflejaba una felicidad incompleta, turbada por la falta de alguien necesario. Pero todavía no sabía si él sería la persona indicada. Mientras la decisión era tomada, ¿Qué más daba seguir jugando con ese pequeño soldado? ¿Acaso no había sido creado para ello?
Los días pasaban y nada nuevo ocurría, el soldadito cada vez luchaba menos batallas, pasando la mayor parte de su tiempo en la caja de juguetes mientras que la bailarina continuaba su eterna danza sobre la mesa, en frente de la ventana, impresionando a cualquier ave, que, distraída o inocentemente había ido a pasar junto a ese cristal.
La bailarina aún no había tomado ninguna decisión, en ese tiempo había conocido a cantidad de juguetes con profesiones varoniles que caían, uno tras otro a sus pies. Pero ninguno había calado tan hondo como el pequeño soldadito de plomo. Todas sus pequeñas ruedecitas y sus engranajes chirriaban al verle, pero temía equivocarse. Puede que sólo fuera culpa de la falta de aceite en su metálico cuerpo.

El tiempo siguió pasando, sin responsabilizarse de sus actos.
La bailarina se hizo famosa entre los juguetes por su locura y sus extrañas danzas. En la fama , dejó de lado al pequeño soldado que fue decayendo en una triste miseria. Se sentía inservible, nadie jugaba con él, era la primera vez que quería entrar en el frente de batalla de una nación desconocida, quería volver a ser algo para alguien.
Con los años la caja de juguetes se abría cada vez menos, acumulando polvo, oxidando a todo ser metálico que allí residia. La bailarina había perdido su fama, el óxido la impedía bailar y su música ya a duras penas se oía entre los chirridos.
Entonces llegó el día que todos temían. El niño, su inocente dueño había crecido, dejando toda su inocencia atrás, ya no quería la vieja caja para nada.
La caja fue a parar a un basurero. Allí separaron a los juguetes por sus materiales, los encerraron en grandes e incómodas cajas, preparando su reciclaje. No se sabe como, por el destino, o simplemente por suerte, el soldadito y la bailarina se encontraron cuando iban a ser fundidos, dirigiéndose miradas de compasión el uno al otro.
En ese momento la bailarina se dio cuenta de que ese soldado era lo único que había quedado a su lado después de todo, que él era todo lo que había echado en falta durante todos estos años.
Y así, los dos se fundieron en un eterno abrazo que ya nadie podría separar.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Luna vedada

La noche cayó sobre las luciérnagas, encendiéndolas como si de pequeñas hogueras se tratasen. Sus pequeños y frágiles cuerpos luminosos revolotearon hacia lo desconocido, guiándome por extraños bosques y lodazales hasta una gran puerta, una puerta sellada por poderosos candados, que, como espejos, reflejaban mi destrozada imagen, mostrándome mis negros ojos, capaces de ver en la oscuridad, mi oscuro y despeinado pelaje, mis puntiagudas orejas...
Seguí la linea de la puerta hacia arriba y descubrí una forma de escalar hasta el plano techo del edificio. Corrí por esa ruta, varias veces estuve a punto de caer al vacío, pero lo que me esperaba allí arriba merecía la pena.
Allí estaba ella, bañada en un blanco resplandor que iluminaba todos mis felices sueños de gloria. Atravesé el tejado a toda velocidad para encontrarme con ella, que, como siempre permaneció quieta, sin movimiento alguno, sin hacer ningún esfuerzo por tocarme. Al llegar al tejado, di un potente salto para poder alcanzarla. Mientras el viento azotaba mi pequeño y oscuro cuerpo, bañado por su luz, un sentimiento de libertad inundó mi hambriento corazón. Pero, una noche más, no fui capaz de rozar sus pálidos labios.

El té está caliente...

''El bus está frío.''
Fue la única información que recibí del exterior según escuchaba por los cascos: ''...living in a world so cold, counting the days...''.
Justo al acabar la canción el bus paró y yo bajé, ausente.
Ella me esperaba en su piso.
Hasta su llegada mi cerebro no había procesado tantas palabras de halago ni tanto amor.

La oscuridad alumbraba las calles por las que pasaba como un foco entristecedor.
El frío recorría mis venas.

No pensaba en Ella.

Desde que conocí a Beatriz nada había vuelto a ser lo mismo.
Nunca había sido rechazado con tanta elegancia.

Los edificios se elevaban como grandes gigantes dispuestos a arrojar un aluvión rocoso sobre mi cabeza en cualquier momento.

Aún hoy no podría expresar lo que sentía por Beatriz. No podía olvidarla, ocupaba todos mis pensamientos. había conseguido apartarla empezando a estar con Ella, pero había algo que me faltaba. Nada llanaba mi mente, ahora vacía.

Llegué a la puerta de su bloque.

Me quedé observando los timbre durante unos minutos, colocados de forma vertical y ordenando, como simples números, a los habitantes de cada hogar.
Me di la vuelta y continué mi paseo.

''El té está caliente y la música es buena...''

jueves, 4 de noviembre de 2010

Esperanza

Bueno, seguimos aquí, sin movernos esperando que algo ocurra inesperadamente y que ese algo cambie nuestras vidas radicalmente.

Rara vez lo encontramos.

Sumergimos nuestros pensamientos en las caras de las personas que no queremos tener en la cabeza, enloquecemos, pero no hacemos nada por cambiar, nos contentamos con lo que tenemos sólo por poder tumbarnos en nuestro sofá, ver la tele y no tener nada por lo que esforzarnos. Decimos que seguimos una causa, que tenemos una meta pero lo único que hacemos para alcanzarla es rezar que ella llegue a nosotros.

Pero eso no es tan malo, mantengamos nuestras esperanzas.