miércoles, 15 de diciembre de 2010

La Vida y La Luna

El parque estaba vacio... vacio.
Los últimos rayos de sol habían desaparecido yo hace rato y el cielo era tan solo un pañuelo negro que lo cubria todo.
El banco estaba frío, muy frío y pensar en pasar otra noche allí me helaba los huesos. La soledad flotaba en el ambiente como los granos de polen de la primavera... la primavera que ya había pasado mucho tiempo atrás y que no sabría si volvería a ver a su regreso.
Los árboles empezaron a ser iluminados por una pálida luz, volviéndolos tétricos pero reconocibles. Verdaderamente me sentía como en casa.
Esa luz hacía que las cosas volvieran a la vida después de haber muerto.
Entonces vi a la causante de aquel bello fenómeno. Suspálidos ojos se fijaron en los míos como nunca lo habían hecho, era un rostro conocido y desconocido a la vez, era la cara oculta de la luna.
Según la noche fue pasando mi compañera llegó a su auge, bañándome enteramente con su luz celestial. El cansancio me atrapó en su aúriga y me intentó llavar lejos de ella gritando a su veloz caballo para que acelerara el paso.
Entonces ella bajó de entre los árboles y sus labios se encontraron con los míos.
Pero fue el cansancio el que rió el últino y yo fui privado de las dos únicas concesiones que el mundo me había dado:
La vida... y la Luna.

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