viernes, 5 de noviembre de 2010

Luna vedada

La noche cayó sobre las luciérnagas, encendiéndolas como si de pequeñas hogueras se tratasen. Sus pequeños y frágiles cuerpos luminosos revolotearon hacia lo desconocido, guiándome por extraños bosques y lodazales hasta una gran puerta, una puerta sellada por poderosos candados, que, como espejos, reflejaban mi destrozada imagen, mostrándome mis negros ojos, capaces de ver en la oscuridad, mi oscuro y despeinado pelaje, mis puntiagudas orejas...
Seguí la linea de la puerta hacia arriba y descubrí una forma de escalar hasta el plano techo del edificio. Corrí por esa ruta, varias veces estuve a punto de caer al vacío, pero lo que me esperaba allí arriba merecía la pena.
Allí estaba ella, bañada en un blanco resplandor que iluminaba todos mis felices sueños de gloria. Atravesé el tejado a toda velocidad para encontrarme con ella, que, como siempre permaneció quieta, sin movimiento alguno, sin hacer ningún esfuerzo por tocarme. Al llegar al tejado, di un potente salto para poder alcanzarla. Mientras el viento azotaba mi pequeño y oscuro cuerpo, bañado por su luz, un sentimiento de libertad inundó mi hambriento corazón. Pero, una noche más, no fui capaz de rozar sus pálidos labios.

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